Un sábado de diciembre se desfondó el cielo y toda el agua cayó en el Reino de Quito, especialmente sobre el mercado Santa Clara. Pese a ello, los camiones de alquiler y los tercos cargadores seguían esperando la posibilidad de una mudanza submarina. Un grupo de estudiantes se acercó al Kinkón a fin de proponerle no una mudanza sino un laburo.
Con cara de buen alumno y lloviendo desde su altura, oyó menos la historia que la propuesta y su tarifa, que era una gamba: había un profesor cuya fama de cretino trascendía la Facultad de Arquitectura, y sus alumnos, por sartas, perdían el año y no pocas veces el porvenir. Esa noche había cierta reunión de profesores que incluía caja de whisky. El laburo consistía en propinar al cretino una paliza de advertencia.
Un hematoma a nivel facial y alguna costilla resquebrajada bastaría.
