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La máquina del tiempo

por Anamaría Correa Crespo

El Universo es una máquina del tiempo
Fotografía: Shutterstock.

Somos un paréntesis entre la nada y la nada, decía hace unos días Alejandro Gaviria, exrector de la Universidad de los Andes y hoy ministro de Educación de Colombia, en un pódcast sobre la finitud de la vida, Dios y los misterios de nuestra existencia.

Unos días después de haber escuchado el pódcast de Gaviria, llegaron las imágenes del telescopio James Webb para dejarnos anonadados y devolvernos —como dirían nuestros amigos colombianos— a las grandes preguntas, más filosóficas que científicas, sobre los orígenes del universo y si en ese polvo de estrellas perpetuo, agujeros negros insondables, galaxias infinitas y colores nebulosos que siguen una incesante expansión, existe algún espacio para Dios.

Carl Sagan, el sabio astrónomo, decía que no existe ninguna evidencia convincente de que exista el Dios creador y benevolente en el gran cosmos. Pero cada persona verá en las imágenes del Webb algo de su propia proyección. Desde la mía personalísima, lo más impresionante que nos dejan las primeras imágenes espaciales son el asombro y el sobrecogimiento. La posibilidad de dimensionar visualmente nuestra inmensa insignificancia en esta historia de miles de millones de años de creación, destrucción, creación y expansión cósmica.

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