
Cosas interesantes y relevantes ocurren en cualquier año. A mí me convoca lo que pasó en 1934 o en 2008, por ejemplo, tanto como lo que ocurrió en 1922. Durante el transcurso de este año he utilizado este espacio para conmemorar varios centenarios, no porque crea que existe un podio de años o de obras, sino por la sensibilidad que despiertan las cifras: el cien, los dos números dos.
Muchas personas habrán oído decir o habrán leído alguna vez que 1922 fue un año particularmente fecundo en cuanto a publicaciones, un annus mirabilis de la literatura y el arte (Trilce, Ulises, La tierra baldía, La semana de Arte Moderno…); en honor a esas lecturas desperdigadas y a ser parte de esa comunidad de gente atenta a este tipo de información (innecesaria), intenté prepararme para el momento.
1922 coincide con el período de las llamadas vanguardias artísticas o modernism; un área de estudios que me ha atraído particularmente. Mucho de lo que he escrito en este proyecto está atravesado por ese interés y por la importancia que veo en este período de la producción artística en Occidente. Esos creadores y creadoras apuntaron lejos. Tensionaban alrededor de la cultura popular, el nacionalismo, el compromiso político, el absurdo y una forma de actuar en colectivo cada vez más vigente.