Charlie Watts, el legendario baterista de los Rolling Stones, falleció a los ochenta años. No era exactamente un niño, pero tenía el corazón más joven que la mayoría. Celebremos su vida juntos.
Charlie Watts, el baterista con cara de duque y pulso inconfundible, el callado anti Stone enquistado para bien en el corazón del mundo rolling, resumía así, a inicios de los años 2000, su carrera: “Son cuatro décadas de ver el trasero de Mick Jagger corriendo delante de mí”.
Apostado con discreción al fondo del escenario en cientos de estadios alrededor del planeta, y siempre armado de su batería Gretsch color natural (según los rumores, él mismo se encargaba de armarla cada vez), Watts no solo vio a Mick correr, contonearse y saltar cada noche entre los años que van del blanco y negro televisado al supuesto fin del mundo vía smartphone, sino que fue el responsable, como propulsor del ritmo macarra de Los Stones —Keith Richards fue siempre su mejor aliado—, de ponerle roll al rock: el asalto rítmico a la asociación más longeva del rock.
