
Hablando con mis sobrinos millennials, he hecho un descubrimiento: creo que soy del género no binario. Me explico: no he cumplido el rol que la sociedad machista espera de una mujer. No me he casado (de acuerdo a las etiquetas sería solterona). Recuerdo que mis amigos (incluso alguno que me gustaba) decían que me veían como “pana” (amiga) y no como “mujer” (es decir, no debo haber sido su objeto de deseo). Y que mis primos se desgañitaban en bromas cada Navidad, insistiéndome que “presente al novio” que seguramente tenía escondido.
No he tenido hijos, tampoco he tolerado la violencia machista, siempre he usado pantalones y rara vez me pongo un vestido; no he sido mantenida ni he dependido de ningún hombre; de hecho, alguna vez alguien creyó que yo era lesbiana (y me etiquetó de tortillera), he tenido muy buenos amigos y amigas homosexuales y eso no ha supuesto ningún conflicto, aunque nunca me he sentido atraída por una mujer.
He sido muy solitaria, incapaz de asumir una relación de pareja, aunque he amado profundamente; he sacado adelante mi casa, he sido mi propia proveedora, he trabajado desde los diecinueve en un oficio que tradicionalmente era de hombres y también he cumplido roles atribuidos, por lo general, a las mujeres como cocinar, arreglar o cuidar de mi madre, sin que eso signifique ningún problema. Donde no creo que coincido ni con los millennials ni con lo políticamente correcto del siglo XXI es en el tema del lenguaje: no puedo escribir todes ni todxs. Lo siento.