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Rumores

por Fernando Tinajero

En todas partes las vecinas se cuentan chismes y se transmiten rumores.

Two women talking, 1874. Carl Bloch.

Arrimada a la puerta de su casa, la Mujer no quiere creer lo que le está diciendo su Vecina. No la mira de frente: con la cabeza ladeada, tiene un gesto de inconfundible escepticismo, pero es probable que, en la noche, cuando ya todas las luces se hayan apagado, transmitirá a su marido las novedades del barrio. Solo entonces podrá dormir tranquila. Ella no es de esas mujeres que van de puerta en puerta divulgando secretos ni publicando intimidades; pero está bien que hable con su marido, ¿no? ¡Para eso es su marido! ¿A dónde iríamos a dar si una mujer decente no tuviera confianza en su marido? Claro que él irá mañana a la taberna y comentará las novedades con sus amigos, pero eso es cosa de él. Ella no se presta para difundir rumores infundados. Otra cosa es que piense en lo que le está contando su vecina. No lo quiere creer, pero no puede dejar a la Vecina con la palabra en la boca. Por eso, se ha cruzado de brazos, como si quisiera construir un muro para defenderse de las murmuraciones, y ha ladeado su rostro, pero sin dejar que sus ojos se aparten de la Vecina. No lo quiere creer, pero, en secreto, para que ni su marido lo descubra, la verdad es que ese chisme le produce un delicioso placer que, como todos los placeres, deberá quedar oculto a todas las miradas, disfrazado. 

Pero la Vecina ya ha intuido que la Mujer no le cree y está repitiendo los pormenores de la historia más fresca del barrio. Gesticula con énfasis para que su gesto subraye sus palabras, y en el movimiento de sus manos se puede advertir que está a punto de perder la paciencia. Sí, tampoco ella quiso creer cuando se lo contaron, pero pensó que, después de todo, no había razón de que no fuera como se lo estaban diciendo. Claro que no le gusta estar con habladurías por aquí y por allá, pero esto que le contaron es algo que ninguna persona decente puede permitir. Por eso, ha venido a hablar con la Mujer, cuya casa está junto a la suya con pared de por medio. Sabe muy bien que la Mujer es una persona muy discreta, digna de toda confianza, de modo que es conveniente que lo sepa. No solo porque debe estar advertida para decidir bien con quien saluda, sino porque incluso puede proponer una buena idea para resolver entre todas este desa-guisado. Por eso, le molesta ese gesto de la Mujer; es un gesto que podría hacer ante un extraño, pero no ante quien ha compartido tantas experiencias desde hace tantos años…

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