¿En cuántos pedazos puede romperse una mujer después de vivir la muerte de su bebé recién nacida? La nueva película de Kornél Mundruczó nos habla acerca del duelo, el dolor, la desesperación, el desasosiego y la reconciliación: ese necesario reencuentro con el otro, pero sobre todo con uno mismo, cuando lo que se necesita es seguir adelante.
Todo comienza con uno de los partos más impactantes y realistas que nos ha brindado la gran pantalla. Martha Weiss (Vanessa Kirby) y Sean Carson (Shia LaBeouf) se acuestan frente a nosotros y nos hacen partícipes de ese íntimo momento en el que los gritos, las contracciones y las miradas se entrelazan. Nada llama tanto la atención como la complicidad que circula entre los esposos: mientras a ella se le escapa por los ojos su deseo de ser protegida y acompañada en el proceso; él se preocupa por estar ahí, ya sea porque la contiene con su mirada, porque la abraza o porque se convierte en la mano derecha de la matrona encargada del parto. Los primeros treinta minutos de la cinta dan cuenta del amor solidario de una pareja que, con ilusión, se prepara para ampliar su familia. Lamentablemente, esta unión no tarda en romperse.
La bebé muere nada más nacer. Y el duelo por la muerte de la niña no es inmediato. Se va consumando con el tiempo y se va acentuando por el desencuentro. Ni Sean entiende la profundidad de la herida en Martha, ni Martha entiende las formas de acercarse que tiene Sean: poco afectivas y casi nada comunicativas. Por esta razón no le sorprende al espectador ver que la soledad se apodera del ambiente y de los personajes, sumiéndolos en una distancia cada vez más rancia.