Su construcción toma décadas y mantenerlos vivos requiere de un potente esfuerzo comunitario.
Un acantilado gigante conduce al mundo oculto de Meghalaya (“encima de las nubes” en sánscrito), un estado en el noreste de India que quizás es el lugar más húmedo de la Tierra. En verano llueve muchísimo, lo que hace que sus ríos crezcan con gran velocidad. Esto complica la vida de los habitantes, que tienen que buscar soluciones ingeniosas para cruzar sobre los afluentes y trasladarse de una aldea a otra.
Esa necesidad dio origen hace siglos a una obra de ingeniería natural: los puentes vivientes que, además de ser un recurso útil, son puro arte. Su construcción toma décadas y se hace en comunidad. Esa es justamente una de sus principales características: requieren del esfuerzo conjunto de generaciones para funcionar y mantenerse. Por ejemplo, un puente que se inició en 2010 estará listo en 2060 o 2070, es decir, cincuenta o sesenta años después. Es un proyecto épico, que ninguna persona podría concluir en una sola vida, sino que necesita de los suyos para que los conocimientos pasen de una generación a otra y garanticen su permanencia.
