Neruda tuvo muchas muertes y ninguna fue definitiva. No lo fue la del 23 de septiembre de 1973; no la ocasionaron la enfermedad o un presunto envenenamiento. En cada muerte renació como lo hizo su poesía en el transcurso de sus muchas vidas como poeta, como político y militante, como amigo, como idealista.
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El primer Neruda ni siquiera se llamó así. Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, nacido en Parral, en 1904, hijo de una maestra de escuela y un obrero ferroviario, pronto empezó a acercarse a la poesía y a los dieciséis años murió para darle vida a Pablo Neruda.
Primero en diarios y revistas, y luego con Crepusculario —libro que cumple cien años en 2023—, con sus páginas empezó a erigir un mito de muchas caras. Un joven Neruda se llenaba de miedo ante su extinción y la de la creación: “Se muere el universo de una calma agonía sin la fiesta del sol o el crepúsculo verde. (…) Y la muerte del mundo cae sobre mi vida”.
